01 octubre 2007

2501






Estando en Monterrey, México pude participar del Forum de las Culturas en un lugar llamado Paseo de Santa Lucía recorrido de un río artificial, con paseos a su alrededor, que da fin en el Parque Fundidora un espacio que narra por sí mismo una de las tantas historias de esta ciudad , la producción acerera y donde hoy las naves industriales, los hornos e inmensas columnas de ladrillo restauradas sirven como marco a variadas actividades con un denominador común la cultura.


Fuera de toda polémica, en la cual no pienso entrar y que tiñe a Latinoamérica, si utilizar los
fondos para erradicar o de alguna forma ayudar a evitar tanta pobreza o crear más centros culturales, este lugar me pareció hermosísimo. México, a mi entender, se caracteriza por ser de puertas adentro. La gente no acostumbra vivir sus calles como en otros países, caminar, pasear, ver vidrieras o sentarse a tomar un café en plena vereda son cosas que acá difícilmente se puedan hacer por eso, el poder disfrutar de algo al aire libre llena mis pulmones de oxigeno y nostalgia.



Expresiones culturales de todo tipo invaden de color y diversidad predios gigantescos donde antes el único calor que se podía encontrar era el producido por hornos que funcionaban a temperaturas insospechadas y ahora funden nacionalidades, culturas, religiones y cualquier expresión que pueda, al detener la marcha acelerada del hombre, hacerlo meditar y aún más, pensar.




Un espacio para escuchar y dialogar. La oportunidad de ser testigos partícipes de discusiones universales urgentes donde las exposiciones nos permiten descubrir la historia detrás de los objetos planteando el díalogo con el espectador, una celebración a la diversidad reunidas a través de la música, las letras, la danza, creencias, tradiciones y cualquier manifestación del ser humano.




Pero una llamo mi atención, en un predio de grandes dimensiones y al aire libre pude ver la exposición, para mi más grande, de figuras humanas hechas en barro y de tamaño natural del artista oaxaqueño Alejandro Santiago quien aborda el tema de la diversidad cultural, representando el fenómeno de la migración de los pueblos del sureste mexicano y el desplazamiento de su herencia cultural hacia las grandes metrópolis.

Denominada “2501 migrantes” narra de alguna forma la propia vida del artista, quien se fue a Estados Unidos a completar estudios y cuando volvió familiares y amigos habían migrado también. El pueblo donde él vivía tenía 2500 habitantes, a su regreso prácticamente ya no quedaba ninguno, motivo que lo lleva a esculpir éstas imágenes a fin de repoblarlo, almacenándolas de a cientos algunas, exponiéndolas en plazas y lugares abiertos ahora desiertos a otras.


2501 migrantes es sumar uno con la esperanza de un nuevo comienzo.


2501 me hizo pensar en mi propia vida... esperando el regreso a casa.