05 agosto 2008

De palabras y silencios



En la palabra, principio ordenador de la vida es donde despertamos a la conciencia, el lenguaje en donde podemos encontrarnos. Dignidad, dolor, pasión, energía y hasta mi nombre “Mía” viajan en mi interior, palabras que alguien alguna vez me enseñó y con las que puedo reconocerme.

El lenguaje acompaña el proceso humano, se compromete con él, se nutre de la vida y se transforma con ella y así como éste ilumina es importante edificar el silencio, dónde el nombrar sólo estorba ensombrece.

El silencio tiene diferentes densidades, intensidades y clases, unos silencios son condición necesaria para nuestro desarrollo y otros nos pierden.

El silencio mudo y sordo, del nacer sin la posibilidad de la palabra, deshumanizante que nos aísla de los demás y de nosotros mismos que al no permitirnos nombrar nos impide contactar nuestra propia experiencia, el de la vivencia que no pudimos bautizar.

El silencio inmoral, que mancha y avergüenza, ensucia un momento histórico y cuestiona a la sociedad, que apela a nuestra conciencia y no debería existir. El silencio del sufrimiento, de los niños de la calle, los miserables, los marginados, los que no queremos escuchar.

El silencio denuncia del que comprende de que ya no puede o desea ser escuchado, el silencio elocuente, el silencio del ayuno de Ghandi, el de Cristo ante Pilatos que no significa renuncia ni a su palabra ni a su causa, el silencio es el testimonio que subraya lo antes dicho con palabras.

El silencio de los creativos, diferente a los anteriores, refleja la fase del proceso de crear llevando un reto a nuestro interior sometiéndolo a nuestro talento y haciéndole frente. Todo proceso creativo supone un acto de rebeldía, de inconformidad y búsqueda de la transformación.

El silencio del asombro, del niño que descubre el mundo y se deja sorprender, que nos hermana con todos y con todo, la vivencia de la estética, de la contemplación gozosa, lo sublime, lo grotesco y hasta lo cursi.

El silencio comunicativo que se desprende no tanto de cómo hablamos sino de cómo escuchamos, de nuestra incapacidad de crear silencio.

Estos silencios, que articulan y desarticulan la palabra, los que favorecen nuestro crecimiento y los que lo estancan me permiten pensar que estamos hechos de palabras y silencios, del saber hablar y el saber callar.